sábado, 30 de enero de 2010

La olla de agua hirviendo

Puso una olla en el fuego, se sentó a la mesa y abrió la Biblia.
En silencio, llorando sin lágrimas, seguía oyendo a los fantasmas susurrándole aberraciones, cayéndoles la baba por la comisura de sus sonrisas lujuriosas.
Nunca debió haber dejado que llegaran a él, jamás podría perdonarse. Sus manos temblaban incontrolablemente. En la casa solo podía oírse su voz. La palabra del Señor lo llevaría a la liberación.
El párroco se lo había dicho, cuando él le contó que hacía quince años había tenido un amorío del cual había nacido una niña y ahora se enteraba de ello.
Le había dicho que era la oportunidad de resarcir aquel pecado acercándose a la niña como el padre que ésta necesitaba.
Carlos hacía mucho que se refugiaba en la religión para ahuyentar sus fantasmas y acató las palabras del párroco.
La visitaba con frecuencia, proveyéndola de todo lo que estaba a su alcance. Salían de paseo y charlaban.
Pero en las noches Carlos no quería dormir, porque era cuando sus fantasmas se hacían presentes, atormentándolo con visiones atroces, empujándolo, endulzándolo de placeres prohibidos, inhumanos.
Cada noche después de visitar a su hija se negaba a dormir, aunque a veces el cansancio lo vencía, caía en un profundo sueño y despertaba sobresaltado, empapado en sudor, sintiéndose asqueado de sí mismo.
Se daba duchas largas, tallando su cuerpo con un grueso cepillo, tratando de limpiarse por fuera hasta llegar a lo más profundo de si mismo…….y así olvidar.
Pero hoy los fantasmas se habían hecho reales, lo habían atrapado, doblegándolo totalmente ante sus manipulaciones, venciéndolo, sin poder evitar la tentación.
Ahora su hija estaba en su cama, violada y muerta. Sus fantasmas habían sido mas fuertes.
La biblia seguía temblando entre sus manos mientras las imágenes de su pecado lo torturaban, aunque él leyera cada vez más alto la palabra del Señor.
La olla comenzó a hervir. Ya no quedaba nada más por hacer, solo debía limpiar su alma impura.
Realizó una llamada y tomó una jarra. La llenó de agua hirviendo. Se hizo la señal de la cruz y le pidió fuerzas y liberación al Señor.
Bebió prácticamente toda la jarra, ni un solo grito salió de su garganta antes de caer al suelo, retorciéndose.
Cuando lo encontraron sus ojos estaban desiertos, los fantasmas habían partido.

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